La ajenidad en Fernado Pessoa"Libro del desasosiego"

  1. Morales Barba, Rafael
Dirigida por:
  1. Teodosio Fernández Director/a
  2. Filipa Maria Valido-Viegas de Paula Soares Director/a

Universidad de defensa: Universidad Autónoma de Madrid

Fecha de defensa: 27 de julio de 2016

Tribunal:
  1. Perfecto Cuadrado Fernández Presidente/a
  2. Javier Rodríguez Pequeño Secretario/a
  3. Rosa María Navarro Romero Vocal

Tipo: Tesis

Resumen

La obra de Fernando Pessoa está considerada como una de las más importantes y originales del siglo XX. La suya es una literatura protagonizada por una serie de personajes o heterónimos en verso y prosa (más de cien, aunque haya algunos fundamentales frente a meros esbozos o apuntes), a quienes se confiere una personalidad diferente a la del autor. Hablan por él aparentemente con sentidos diversos y formas distintas. Esa divergencia entre ellos conlleva concepciones del mundo diferenciadas en sus trazas externas (al menos en apariencia) , opiniones y estilo, formas y géneros de escritura. Eso se pretende al menos, si bien no es así, tal y como estudiamos y proponemos. A veces la heteronimia se desplaza hacia la ortonimia, es decir, se convierte el personaje en un auténtico trasunto del autor, y alguna obsesión agrupa la aparente dispersión formal, como es el caso de la común ajenidad. Bernardo Soares sería desde la prosa la confesión con menos literaturización al respecto. Un quererse decir más allá de la literatura y cuanto se expandió. Sería este sentido una simple ficcionalización de Fernando Pessoa (pero no una mistificación lúdica o literaria), y el personaje más fiel a la forma de ser del portugués: Soy yo, menos el raciocinio y la afectividad (2006: I, 463). En su figura ortónima se alza el elemento central común a gran parte de la heteronimia: el desdén por el otro en cualquiera de sus manifestaciones. En efecto pese a la divergencia entre los heterónimos, existe un mundo común donde se reconocen en diferente grado e intensidad, y base del estudio que abordamos desde la propuesta hermenéutica del George Gadamer de Poema y diálogo. Aunque no solamente, pues la compleja literatura de Fernando Pessoa posee muchos matices, algunos marcados desde el género del Libro, y en relación con el asunto central de nuestro estudio: la ajenidad. El trabajo intenta demostrar cómo pese a toda esa diversidad, declaraciones y divagaciones, falsas biografías donde cada personaje posee una y mundo interior distinto, existen algunos elementos comunes donde se transparenta la actitud y opinión del autor respecto a los demás. El estudio versa sobre esas isotopías, fijándonos en ese desdén superpuesto al esteticismo de Óscar Wilde o Nordau, hacia el otro. Isotopías recurrentes y con diferentes grados de acimez, muy radicales por lo general y extremadas en su desazón y dureza. La fundamental es la citada: la ajenidad, o la indiferencia hacia el otro y los demás, tanto desde el punto de vista personal, como del político, social, moral, humanitario e incluso sexual. Todo bajo el paraguas de un híspido nihilismo de quien, paradójicamente, no abandonó completamente a Dios (mantiene), tanto como sus compañeros generacionales. Se estudia por tanto la ajenidad como elemento cohesionador, pero también como encapsulamiento aristocrático, donde el poeta se refugia y se viste de ermitaño bajo vestes y sobrevestes o personajes, en una labor sacrificial, para poder crear. La ajenidad se convierte en una renuncia a la vida, es decir, a la acción protagonizada por su antónimo, el patrón Vasques, o gran egoísmo desde la acción o la fuerza (es decir, el equivalente a una poética no aristotélica donde se subyuga a los demás, sin persuasión o convencimiento. Toda una vida puesta desde su lectura del sentido del héroe de Thomas Carlyle y ser considerado como el escritor absoluto, el nuevo Camoens o más, el Supra Camoens al frente del Quinto Imperio. La ajenidad será el único camino para una tarea donde quizá se haga de la necesidad virtud, de la imposibilidad social currículo, o el lugar de una literatura de interiores donde el megalómano se iguala en la historia a sus mismos ojos, a Willian Shakespeare, Dante Alighieri o Luis de Camoens. La misantropía permite un espacio de escritura, o escribir sin ser molestado, pues el otro es un enemigo, un perturbador de la intimidad y el yo. Un adversario por el hecho de existir, incluso degradado tras Ernst Haeckel, a primate. La ajenidad, común a todos sus grandes heterónimos (Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Álvaro de Campos, Barón de Teive…el Fausto), implicará en esa identidad que mostramos en sus paralelismos, un rechazo del mundo en sus manifestaciones humanas, irrelevantes para Fernando Pessoa, e incluso despreciables. Igualmente la mujer es tratada con una animadversión infinita, tal y como lo ha declarado en otros escritos. La mujer es reducida a sexo o un lugar repugnante. Su misoginia violenta hace coincidir en ese sentido sus apuntes de autointerpretación, con el Libro. La mismidad o repliegue hacia sí mismo, supone el paulatino paso de la vanguardia de comienzos de siglo, a la retaguardia confesional y lacrimosa de quien comprende, se recrimina y declara haberse destruido por crear y comprender, no actuar socialmente. En prosa le es más difícil sortearse, nos cuenta en ese sentido Pessoa que va abandonando los textos simbolistas, para confesarse en este diario de emociones. Desde esta ajenidad o autorreclusión del eterno extranjero, huérfano o eremita en Lisboa como confidente (pero apenas descrita, en su papel de ciudad útero), desde un estoicismo sacrificial; desde una autoimposición donde todo se vuelve repudio o imprecación contra el otro 8(alvo algunas excepciones). Toda su vida y sacrificio están en función de la literatura, y su dolor es producto de su insatisfacción permanente al ser un gran desconocido. Bernardo Soares no procastina (o lo hace como incapacidad para la acción pública), como a veces se dice igualándolo a Bartlebly, pues vive para la obra, e incluso se preocupa de darla en el Prefacio a Fernando Pessoa (desde el interés más absoluto), para que la transmita a la posteridad (como hizo él con el célebre baúl). Simplemente es misántropo, tiene problemas de comunicación hacia dentro, pero hacia sí actúa, y triunfa como dice, al revés, hasta la autodestrucción; hasta la confusión entre el yo real y sus personajes o el darse cuenta de que cuanto fue juego vanguardista se ha convertido en híspida realidad insoportable (y añora en algunos momentos compañía). La vida está en función de esa distancia por consiguiente que le preserva de interactuar con el otro para así poder crear, es decir, construir una obra perfecta. Un concepto muy presente en Bernardo Soares. El estoicismo es un vivir para la obra ante todo. Un centro absoluto sobre el que gira su existencia. Un punto gravitatorio muy próximo a algunos contemporáneos, heridos también de hiperestesia, tal y como puedan ser, Rainer María Rilke u otro enfermo de perfectibilidad, Juan Ramón Jiménez. Bernardo Soares es en cierta manera la ecuación resuelta de la heteronimia. Lo es desde el Prefacio, estudiado como marca desde la teoría moderna de la ficción y del pacto autobiográfico desde Philippe Lejeune a Paul de Man entre otros, a la luz de otros textos. También respecto al género del libro, un diario de emociones, concluimos, pero también un planto moderno, creemos. Se dedican muchas páginas a esta cuestión desde la teoría de la literatura, para indicar lo novedosísimo del género en su estar a medio camino entre la ficción, el diario y el poema en prosa lírico, o proema, según feliz expresión de Francis Ponge. El prólogo marca al personaje como un antispoudaios o antihéroe, ajeno, herido por el maltrato de la vida, encerrado en sí mismo, desencantado, y presto a donarnos este moderno planto, o confesiones. Amoral, como Ricardo Reis, pasea su flâneurie por Lisboa, sin fijarse en ella, pues el motivo de su paseo es él mismo. O sus gentes, salvo ocasión, en efecto. Excepcionalmente Bernardo Soares no es ajeno al otro cuando se refleja en él, solo cuando se identifica con él, o cuando le apartan de la monotonía, pues es también un misoneísta, sentimental a veces. La ajenidad es la gran ironía de la existencia, ajena al yo, estudiada tras Pere Ballart, el gran sarcasmo Cuando viaja a Cascais y retorna no se ha fijado en nada, en una gran parábola o analogía con la vida: un viaje de ida y vuelta inútil de un falso flâneur, estudiado desde Cuvardic García. En este sentido no hay reinserción como en Huysmans, sino moderna desolación. Fernando Pessoa es nuestro absoluto contemporáneo desde una postura hostil, insensible, paradójica (pues la paradoja, como la hipérbole, es una de las figuras más importantes dentro de toda su obra). Describir e interpretar toda esa cartografía de la ajenidad en su conjunto, aproximando las distancias entre heterónimos, digna de ser interpretada desde George Bataille como literatura del mal, según apuntamos someramente, ha sido el objetivo de este estudio.